Cuando pienso en las Navidades, siempre quiero que mis copas brillen más que el anuncio de Freixenet… Si te pasa lo mismo, entonces este post es para ti, porque hoy vamos a hablar de cómo dejar tus copas de vino tan relucientes que terminarás dudando si las guardas o si las sacas en una vitrina para exhibirlas. ¡Eso sí, cuidado! Puede que queden tan impecables que decidas servir el vino en vasos de plástico por miedo a romperlas. No sería la primera vez que pasa.
1. Prepara el terreno, como un chef Michelin pero con agua y jabón (y sin estrella Michelin, pero con estrella de limpieza).
Antes de empezar, yo siempre me aseguro de tener todo a mano para no interrumpir el flujo: como en cocina, hago un buen «mise en place» y coloco todos los materiales necesarios en un lugar accesible.
- Agua caliente: Pero que no queme, que no estamos haciendo un caldo.
- Jabón en escamas o el clásico de lavar platos, que aquí no discriminamos.
- Amoníaco: No, no es para vengarte de nadie, es el truco estrella para el brillo.
- Bayeta de microfibra: Esa que siempre parece demasiado mona para usar.
Si quieres probar los materiales que yo utilizo para cada paso, desde el jabón hasta la bayeta de microfibra, te he dejado los enlaces para que tengas todo y no te falte nada.
2. La mezcla mágica (¡pero no la bebas!)
Yo suelo mezclar medio litro de agua caliente con dos cucharaditas de jabón y 50 ml de amoníaco en un recipiente grande. Remueve con cuidado, como si estuvieras preparando un mojito deluxe, pero ojo, esto no es para beber, así que mantén esta mezcla bien lejos de la barra. Esta fórmula no solo limpia, sino que le da un brillo que ni la bola de discoteca de tu bar favorito.
3. El momento zen: limpiar con mimo
Sumerge la copa en la mezcla durante unos 2-3 minutos para aflojar cualquier suciedad o manchas persistentes. Recuerdo la primera vez que intenté este truco… terminé rompiendo una copa por apurarme. Desde entonces, me lo tomo con calma y disfruto el proceso. Yo lo que hago es aprovechar ese tiempo para preparar el paño de secado, revisar si tengo algún «dedazo» en otras copas y darles una pasada rápida si es necesario. Luego, frota suavemente con la bayeta de microfibra, asegurándote de cubrir toda la superficie con movimientos circulares, especialmente en los bordes y la base, donde suelen acumularse las manchas más persistentes. Nada de tratar la copa como si estuvieras lavando el coche. Aquí hay que ser delicado, como cuando pasas las hojas de un libro antiguo.
Para los bordes, dales un cariño especial: esos son los primeros en delatar si has hecho un trabajo a medias. Y si la base tiene «dedazos», que es lo más probable, frota con la paciencia de quien intenta desenredar auriculares.
4. El secado: ni una gota fuera de lugar
El secado es clave. Coge un paño limpio y seco, y sécalas al momento. Si las dejas «a secar solas», te arriesgas a que queden manchas de agua y entonces, adónde se fue todo el glamour que has construido.
5. La prueba del nueve: obsesión nivel CSI
Me gusta colocar las copas frente a una luz para buscar cualquier imperfección, como si estuviera resolviendo un caso importante. Si no ves ni una mota, enhorabuena: esas copas están listas para salir en portada de revista.
El desenlace inesperado: ¿usar o no usar las copas?
Aquí viene mi dilema. Después de dejarme el alma limpiando, mis copas brillan tanto que parecen decoración navideña. A veces me río pensando en todo el esfuerzo invertido para que luego nadie se atreva a tocarlas, pero al final lo importante es disfrutar la cena en familia, aunque sea con vasos de plástico. Pero claro, luego viene el tío que siempre gesticula demasiado y la prima pequeña que confunde la copa con un juguete… Y terminas pensando: «¿Y si sacamos los vasos de plástico del chino y nos ahorramos el disgusto?».
No pasa nada. Lo importante es que, aunque no las uses, puedes presumir de tener las copas más brillantes de la cena navideña. Eso sí, asegúrate de subir una foto a Instagram para que quede constancia.